top of page

LIBROS / BOOKS

El Mono Vestido
The Clothed Ape
Hermanos
de Sangre

Reviews/Críticas

El mono vestido/The clothed ape

"This is a clever, fun, and interesting book, full of remarkable observations and good humor as well as important themes in the major story of human evolution. What is especially notable about the book is how it weaves many threads together into a fascinating story that makes perfect sense."

Alexander J. Werth,Trinkle Professor of Biology Chair, Department of BiologyHampden-Sydney College, VA

 "You present many unconventional ideas as well as the more standard ones, the result of which is a rather fascinating argument. I cannot agree with much of your thesis, but you present it well and, for the most part, you back up your arguments with logical and empirical support. Notwithstanding this, I believe that more factual research is needed to reduce or eliminate competing--and more conventional--explanations.

It seems apparent that much of your argument derives from a close interaction, and interdependency, of biological and cultural factors. This biocultural focus occupies the major interest of current research, and has, in my opinion, a great advantage over the previous concentration on evolutionary genetics alone.

I enjoyed reading this. Thank you for sending it. I offer my best wishes for your continuing research on these issues."

 

Ronald Wetherington
Prof. of Anthropology
Southern Methodist University
Dallas, TX

"The Clothed Ape…offers a delightful tour through the contemporary and often conflicting theories of human evolution.While some of Dr. Olalla’s arguments will undoubtedly be regarded as controversial others, including his analysis of the role of violence and war in human evolution, are comprehensive and compelling. With clear and accessible writing, engaging illustrations, and a charming sense of humor, Dr. Olalla has written an entertaining and informative book. "

Carole Browner

Professor of Anthropology,

UCLA, CA

Books
In The Press
News and Events

En el campo de la evolución humana y de la arqueología en particular los investigadores se han multiplicado exponencialmente en los últimos años. Un investigador se define esencialmente por ser alguien interesado (con frecuencia obsesionado) con encontrar soluciones a problemas, respuestas a preguntas. El mejor investigador es aquél que vocacionalmente se enfrenta a un misterio, no aquél que lo afronta rutinariamente por profesión. En este libro, su autor se nos muestra en esta faceta de investigador comprometido con el tema que desarrolla, y se advierte a lo largo del texto la motivación que azuza a su mente inquisitiva. Como no está limitado por convencionalismos académicos (muchos de ellos absurdos por irracionales), su planteamiento de preguntas es original y el tratamiento de las mismas iconoclasta y sin complejos. El autor observa una curiosa correlación en evolución humana que potencialmente esconde profundos significados. Desde que iniciamos nuestra singladura evolutiva y nos separamos de los chimpancés, los machos y hembras humanos hemos reducido el tamaño de los caninos al tiempo que desarrollamos penes y senos más grandes. Este peculiar proceso, planteado en términos de ecuación evolutiva por el autor, abre una puerta fascinante al estudio de la estrategia reproductora humana y a través de ella, de las formas de organización social en nuestro género. Casi todo lo que nos interesa saber de la evolución humana guarda relación directa o indirecta con este curioso proceso.

 

En un momento en que los libros divulgativos de evolución humana se publican con inusitada frecuencia, el Mono Vestido (recogiendo el testigo y el reto planteado por el clásico Mono Desnudo de Morris), nos ofrece una narrativa original y una manera diferente de mirar cómo nos convertimos en humanos. Enfatiza un elemento fundamental de nuestra trayectoria evolutiva; nada de lo que nos ha sucedido en los últimos seis millones de años puede entenderse sin una mirada atenta a nuestra sexualidad, la más excepcional del mundo primate. Los cambios importantes que produjeron al ser humano se han visto acompañados por transformaciones importantes en nuestras formas de aparearnos y reproducirnos. En esencia, sin entender cómo aparece nuestra sexualidad no podemos entender cómo nos convertimos en lo que somos.

 

Este libro nos devuelve a nuestra esencia más animal y abre una ventana a la cara real de la naturaleza humana. Los que conocemos a Fernando Olalla sabemos que este libro no es el resultado de una meditación efímera y estival, sino el resultado de una búsqueda que inició hace muchos años. Ese tesón le revindica como investigador y le aleja de la monotonía de muchos colegas de cátedra que acotan la imaginación y con ello, cercenan la principal herramienta productora de conocimiento. Cuando me presentó su "ecuación" hace varios años en su primera visita a mi despacho, me generó cierto desconcierto, pero el paso del tiempo no ha hecho sino reafirmar que el proceso que define la ecuación no es anecdótico. Perdimos nuestras "armas de guerra" y ganamos otras que usamos para reproducirnos de un modo único, con una sexualidad que es excepcional y que se basa en la atracción epigámica, por la forma; algo no observado en ninguna otra especie primate. Esto explica que seamos el único primate en el que los sexos han evolucionado para ser morfológicamente diferentes, para sentirse permanentemente atraídos los unos por los otros. Esta atracción epigámica tiene su lado oscuro y es que lejos de individualizar la respuesta sexual, la multiplica, algo que ha convertido las relaciones humanas en algo sumamente complejo.

 

Fernando ha dado muestras en este libro de un coraje y osadía que otros ocultarían. Bienvenidas sean las interpretaciones que plantea, porque son este tipo de ideas las que generan conocimiento abriendo puertas nuevas al pasado. Un mérito añadido es que ha sabido combinar lo original de sus planteamientos con un hilarante sentido del humor.

 

Que el lector disfrute de la lectura de este libro en su condición ineludible de mono vestido, que se deje despojar de sus vestimentas  por todo lo que cuenta y que disfrute de su condición de mono desnudo que es en el fondo su esencia. 

 

 

Manuel Domínguez-Rodrigo

Department of Prehistory
Complutense University, Madrid, Spain

BIO

Fernando Olalla (Madrid, 1964). Licenciado en Historia (especialidad de Prehistoria). Profesor de Geografía e Historia en Madrid. Autor de El mono vestido. La evolución humana al desnudo (The clothed ape. Human evolution laid bare) y Hermanos de sangre. Luchas de poder en la España Medieval (siglos VI-XV).

​

Fernando Olalla (Madrid 1964). Degree in History (specialty of Prehistory). Professor of Geography and History in Madrid. Author of The Clothed Ape. Human evolution laid bare and Blood Brothers. Power struggles in Medieval Spain (VI-XV centuries).

CONTACT

SINOPSIS

El mono vestido/The clothed ape

En el presente libro, el autor hace un recorrido por todas las hipótesis y teorías que se han planteado hasta la fecha sobre las diferentes variables que entran en juego a la hora de explicar la “ecuación” evolución humana. Desde las razones de por qué somos bípedos hasta la menopausia, pasando por la progresiva reducción del tamaño de los dientes caninos, su dimorfismo sexual, el tamaño del pene de los hombres, la competencia del esperma, la ocultación de la ovulación y la permanente receptividad sexual de las mujeres, sin olvidar cuestiones como las posibles causas del orgasmo femenino, de nuestras estrategias reproductivas, así como un somero análisis de los permanentes conflictos entre los humanos o de la creciente necesidad energética de nuestra especie. El libro finaliza con una conclusión en la que el autor plantea su propia visión de los hechos, hipótesis en la que el bipedismo, la reducción del tamaño de los citados dientes caninos y el tamaño del pene en los machos, así como otras “particularidades” en las hembras, jugarían un papel muy destacado. El libro tiene un carácter divulgativo y por ello la mayoría de las obras citadas en él pueden ser consultadas por los lectores, pues casi todas tienen traducción al castellano.


In the present book, the author looks at all the hypotheses and theories that have so far been suggested regarding the different variables that play a part in Human evolution: from why we are bipedal to the menopause, via the progressive reduction in size of the canine teeth, sexual dimorphism, penis size, sperm competition, the secrecy of women’s ovulation, not to mention the possible causes of the female orgasm or of our reproductive strategies. In addition there is a brief analysis of the constant conflicts that humans have been involved in and of the increasing needs for energy that our species have experienced. The book ends with a conclusion in which the author sets out his own personal views, a hypothesis in which bipedalism, the reduction in size of the canine teeth and the size of the penis, as well as other special points relating to females, prove to be extremely important.

Hermanos de sangre

Hermenegildo, hermano de Recaredo, e hijos ambos del rey Leovigildo, es asesinado en extrañas circunstancias en Tarragona.

​

Sancho II, hermano de Alfonso VI y de Urraca de Zamora, es asesinado cerca de las murallas zamoranas.

​

Pedro I El Cruel, hermanastro de Enrique de Trastámara, muere a manos de éste en los campos de Montiel. La legendaria patada, dada por Bertrand Duguesclín al legítimo monarca, ni quitó ni puso rey, pero, como todos sabemos, sí que ayudó a su señor, el fratricida Enrique II.

​

Alfonso XII El Inocente, hermano de Isabel La Católica, muere por “comer una trucha en mal estado” en Cardeñosa.

​

Enrique IV El Impotente, hermanastro de Alfonso y de Isabel, muere “por un flujo sanguíneo que le hizo perder todas sus fuerzas”.

​

Un periodista del siglo XXI, narrador de los hechos, va tejiendo una tela de araña entre todas estas muertes. En sueños, en pesadillas, quizá drogado… el narrador entrevista a todas estas personalidades intentando encontrar algún hilo de conexión entre todas ellas.

​

TEXT FRAGMENTS/FRAGMENTOS

 

EL MONO VESTIDO
​

El bipedismo, esa forma tan peculiar que tenemos los humanos para desplazarnos, ha intrigado, y atormentado, sin duda alguna, a los paleoantropólogos a lo largo de décadas, y aún hoy día continúa siendo un misterio que levanta serias polémicas y provoca profundos y no menos interesantes debates. En realidad, cuando se plantea esta cuestión a un profano, la respuesta suele girar siempre en torno a esta pregunta: ¿pero… entonces… andar erguido no es para liberar las manos?

​

Siguiendo esta parece que milenaria tradición, el genial Charles Darwin, lo cual no le resta mérito, se dejó llevar en este tema por lo obvio. Leamos lo que dice al respecto en El origen del Hombre, y se transcribe literalmente: “Desde el momento en que algún miembro de la gran serie de los primates, ya por haber cambiado la manera en que hasta entonces había buscado su subsistencia, ya por haber mudado las circunstancias que le rodeaban, empezó a vivir menos entre las ramas y más sobre el suelo, su modo de locomoción debió, por tanto, modificarse también, viniendo como consecuencia a ser el animal más estrictamente cuadrúpedo o absolutamente bípedo […]. Sólo el hombre se ha convertido en bípedo, y creo que en parte podemos barruntar cómo llegó a tomar esa posición que forma uno de sus más notables caracteres. En efecto, sin el uso de las manos, tan admirablemente conformadas para obedecer el menor deseo de la voluntad, nunca hubiera el hombre llegado a tomar la posición dominante en que hoy le vemos marchar sobre la tierra […]. Si ventajoso es para el hombre mantenerse sólidamente sobre los pies y tener sus manos y brazos libres, como nos lo confirma de modo indudable su triunfo en la lucha por la existencia, no vemos por qué razón no hubiera sido ventajoso a sus primeros progenitores erguirse más cada vez y convertirse al fin en bípedos. Con esta nueva postura hallábanse más aptos para defenderse con piedras o palos, dar caza a su presa, o de otros mil modos procurarse el necesario sustento […]. El libre uso de brazos y manos, en parte causa y en parte efecto de la posición vertical del hombre, parece haber producido en nuestro organismo otras modificaciones de estructura”. Lo que hace Darwin en este texto no es sino dejar constancia del “ideal” victoriano propio de su época: la vida es una guerra constante y la civilización, como modelo de progreso, únicamente se logra mediante el ingenio y la propia voluntad de mejorar.

​

Frente a esta postura, al principio del siglo XX, la manera de entenderse nuestra evolución cambió y fue el cerebro el órgano que se convirtió en la muestra más evidente de que nuestras espectaculares capacidades cognitivas habían sido la causa de nuestro imparable progreso civilizador. Surgió entonces una hipótesis sobre el bipedismo que gozó de gran popularidad, y que aún hoy día se mantiene en el subconsciente colectivo de manera harto elocuente. Me refiero a la hipótesis formulada por Kenneth Oakley y conocida como “El Hombre, el creador de herramientas”: la fabricación y la utilización de herramientas de piedra fue el catalizador evolutivo de los homínidos.

​

El famoso fraude del cráneo de Piltdowm no es sino una muestra más de la “necesidad” latente en esa época por demostrar que fue el cerebro y no otro atributo el que nos ha hecho humanos. Recordar sólo que tal fraude consistió en juntar parte de cráneo de un Homo sapiens con la mandíbula inferior de un orangután, que fueron descubiertos en una cantera y que tal estafa puso en jaque a la comunidad científica, pues se aceptaron estos restos sin casi cuestionarlos: encajaban a la perfección en la idea que se tenía entonces sobre el ansiado eslabón perdido, el cual debería haber tenido un gran cerebro, eso era lo importante, y rasgos simiescos, para evolucionar después y adquirir una apariencia plenamente humana (es decir, con cerebro pero sin esos enormes caninos).

​

Desgraciadamente para estas hipótesis, la de Darwin y la de Oakley, las indispensables herramientas de piedra son muy posteriores en el tiempo al momento en que nuestros primeros antepasados decidieron hacerse bípedos, por lo que esta particularidad nuestra, la de caminar erguidos, no tiene como causa el “liberar las manos”.

 
 
THE CLOTHED APE
 

Bipedalism is that strange way in which we humans get about. As such it has doubtlessly intrigued and tormented paleoanthropologists for decades. And today it is still a mystery which raises serious questions and provokes deep and interesting debates. In fact, when you ask somebody a question about it, the answer is normally another question: ‘But … then … don’t we walk upright on two legs in order to free up our hands?’

​

When the great Charles Darwin was dealing with this apparently thousand-year-old tradition, he just kept to the obvious path – not that he lost any merit by doing so. In The descent of man, he says, ‘As soon as some ancient member in the great series of the Primates came to be less arboreal, owing to a change in its manner of procuring subsistence, or to some change in the surrounding conditions, its habitual manner of progression would have been modified: and thus it would have been rendered more strictly quadrupedal or bipedal. [ … ] Man alone has become a biped; and we can, I think, partly see how he has come to assume his erect attitude, which forms one of his most conspicuous characters. Man could not have attained his present dominant position in the world without the use of his hands, which are so admirably adapted to act in obedience to his will. [ … ] If it be an advantage to man to stand firmly on his feet and to have his hands and arms free, of which, from his pre-eminent success in the battle of life there can be no doubt, then I can see no reason why it should not have been advantageous to the progenitors of man to have become more and more erect or bipedal. They would thus have been better able to defend themselves with stones or clubs, to attack their prey, or otherwise to obtain food. [ … ] The free use of the arms and hands, partly the cause and partly the result of man’s erect position, appears to have led in an indirect manner to other modifications of structure.’

​

What Darwin is doing here is simply following the Victorian ‘ideal’ which was in vogue at the time he was writing: life is a constant struggle and civilization, i.e. progress, will only be achieved through cunning and through one’s own desire to move forward. However, at the beginning of the 20th century there was a change in our way of understanding our evolution. It became clear that it was our brains which were responsible for our amazing cognitive abilities and consequently for our unstoppable progress on the road to civilization. It was then that an extremely popular hypothesis regarding bipedalism started to go around. It is a hypothesis that is still very much alive in the collective subconscious today. It was Kenneth Oakley’s and it was known as Man, the tool-maker. It proposed that the making and using of stone tools was the catalyst for hominid evolution.

The famous Piltdown man hoax was a sign of the latent ‘need’ at that time to prove that it was the brain and not some other attribute that made us into humans. As will be remembered, this hoax consisted of joining together part of the cranium of a Homo sapiens with the lower jaw of an orangutan, both of which had been found in a gravel pit. The scientific community were challenged, since the remains were accepted almost without question; they fitted so well the idea of the long sought after ‘missing link’. Together they made up a creature with a big brain (that was very important) and apelike features, which looked completely human (i.e. with a brain but without those enormous canine teeth).

​

Unfortunately for these propositions of Darwin’s and Oakley’s, the indispensable stone tools appear much later than when our first ancestors decided to become bipeds, so that this peculiarity of ours, walking upright on two legs, could not have come about in order to ‘free up our hands’. However, the beliefs surrounding the subject are so strong that even today some authors settle the question by saying, as before, that when a lineage of these particular apes began to move on the ground in Africa, they became bipeds so that they could use their freed hands. Perhaps the real question is exactly what they used their hands for! There is another doubtful theory regarding bipedalism. It is no less important than this last one, and it has the advantage of being entertaining. D Johanson and M Edey describe it in their famous book, Lucy: the beginnings of humankind.

​
HERMANOS DE SANGRE
​

Aunque resulte complicado encontrar un rey de Castilla con peor prensa que Pedro I, sí lo hay: Enrique IV, el hermanastro de Isabel la Católica. Su apodo ya es de por si demoledor, “el Impotente”, y en este caso no nos encontramos con la disyuntiva de don Pedro, Cruel o Justiciero, sino que aquí no hay más que una opción. La de Enrique IV “el Potente” no existe. Ningún historiador, o casi ninguno, pues no debemos ser tan tajantes al respecto, duda ya de esa anomalía sexual de nuestro protagonista; aunque eso sí, empiezan a surgir voces, cada vez más sólidas y consistentes, que exigen una revisión de la tradicional visión de Enrique como un personaje funesto e indigno de portar la corona que sostuvo de 1454 a 1474. Veinte años. Impotente y rey de Castilla durante veinte años. Veinte años en los que volvemos a movernos, como en el caso de nuestros protagonistas anteriores, en terrenos pantanosos dominados por intrincadísimas conspiraciones políticas y, como remate, una vez más, por la forja de una leyenda negra tan bien fraguada que resulta misión imposible, si no milagrosa, indultar siquiera a nuestro protagonista. Problema añadido, barrera infranqueable en nuestro caso, es que a Enrique le sucede su hermanastra Isabel la Católica. Si su “heredero” hubiese sido un monarca de menor prestigio, de mínima importancia en el proceso histórico de la consolidación monárquica y de la mitificada e idealizada hasta la saciedad “unificación” de España, las cosas hubiesen resultado quizá menos categóricas y absolutas para nuestro desdichado “señor de los bosques”.

​

En un mundo siempre aficionado a dicotomizar hasta lo infinito, Isabel siempre quedará como “la buena” y Enrique como “el malo”. Los sucesos, sin embargo, nunca fueron ni serán tan irrefutables. Se ha escrito tanto sobre nuestro personaje, sobre sus “rarezas”, que aquí sólo voy a dejar constancia de un brevísimo resumen de las más llamativas: maldad congénita, hechizamiento, trastornos de conducta de origen psicopatológico, alteraciones del estado de ánimo de matiz claramente depresivo, ciclotimia, oscilaciones hiper e hipotímicas, asociabilidad, aislamiento, trastorno evitativo de la personalidad, dependencia y sumisión a sus favoritos, baja autoestima, inseguridad en si mismo, patrón de repliegue… e impotencia.[1]

​

A Enrique IV de Castilla, hijo de María de Aragón y de Juan II de Castilla (bisnieto, por tanto, aunque pueda parecer increíble, de Enrique de Trastámara y de Pedro I de Castilla) fue muy difícil localizarle. Sus reconocidas preferencias por los lugares apartados, por los bosques infranqueables y por las oscuridades eternas dificultaron sobremanera nuestra siempre compleja labor detectivesca. Haciendo caso a su mayor difamador, al insidioso Alfonso de Palencia, que nos dejó escrito que don Enrique era un enamorado de lo tenebroso, una tarde/noche del pasado mes de octubre, y dando, asimismo, crédito a unas insólitas revelaciones que nos habían dado unos senderistas sobre unas visiones que habían tenido bajando desde Peñalara hasta Valsaín, descubrimos al espíritu de Enrique IV cobijado bajo la sombra otoñal de unos pinos silvestres, en un paraje oculto y de muy difícil acceso. Entre pinos rojos tan majestuosos, tan rectos, tan verticales, tan erguidos, su figura asumía, ciertamente, un aspecto de innegable impotencia.

​

E- Enrique IV de Castilla, hermanastro de Isabel la Católica, hipotético padre de Juana de Castilla (“La Beltraneja”), hijo del rey Juan II, esposo de Isabel de Portugal…. Es un inmenso honor poder compartir con usted aunque sea sólo unos instantes fugaces.

EC- ¿Por qué es un honor? No llego a entenderle, ¿no hubiese sido mucho más rentable para usted y, sin duda alguna, provechoso, haber buscado el espíritu de mi hermana o incluso el de mi desdichada hija?

​

E- Se le eligió a usted por…
Enrique IV no me permite siquiera terminar mi frase…
EC- ¿Por haber sido y seguir siendo impotente?

E- Su potencia o impotencia sexual no va a ser el único eje sobre el que gire nuestra conversación, de eso no tenga usted la menor duda. EC- Entonces, ¿qué es lo le interesa de mí? No soy hombre de muchas palabras y menos aún de recordar aquellos turbulentos años que me tocó vivir.
E- Podemos llegar a un sencillo acuerdo: hablemos primero de ese supuesto problema urológico y acto seguido continuar con lo importante.

EC- Las consecuencias de esa impotencia, imagino. Le aseguro que no dispongo de mucho tiempo, me esperan mis fieles perros y a estas horas de la tarde nada me deleita más que pasear en silencio por estos bosques sin humanos.

E- Le garantizo que no le entretendré ni media hora.

EC- Si es así, intentaré contestarle, pero recuerde que han transcurrido muchos años desde entonces y que mi espíritu, ya decaído entonces, hoy está aún más derrotado si cabe. ¿No es capaz usted de escuchar, aunque sólo sea un breve instante, el silencio que desprenden estos bosques?

E- Don Enrique, si su ánimo no se lo permite, daremos por finalizada la entrevista.

EC- ¿No sería mejor que buscase usted a don Juan Pacheco para esta conversación? El duque de Alburquerque también le atendería complacido. Todo le resultaría mucho más fácil y cómodo. Yo prefiero apartarme, estoy exánime, créame.

E- Cómo usted quiera, pero recuerde que se comprometió a concederme esta entrevista.

EC- ¿Es que no cree que todo el mundo ya sabe que fui impotente, que mi hija “no era mía”, sino de don Beltrán de la Cueva, y que mi hermanastra fue una “santa”. ¿Va a cambiar algo este diálogo?

E- Es una oportunidad que se le concede para que nos dé su último testimonio. Su alegato final.

EC- ¿Y a quién le puede importar en este siglo XXI tan lejano para mí en todo, lo que piense o diga el espíritu de alguien que lleva muerto quinientos años?

E- A mí. Y a tres personas más… Se lo aseguro.

EC- Empiece. O mejor, pensándolo bien, déjelo para mañana. Estoy cansado de todo. No creo que valga la pena hablar de mi vida aunque sólo sea un instante.

E- Vamos a intentarlo, se lo ruego. Hábleme de su niñez.
Enrique IV de Castilla no me mira de frente.
EC- ¡Al final lo va a conseguir! ¿Qué quiere que le diga?

E- Lo que recuerde, sea mucho o sea una insignificancia.

Bio
Contact
bottom of page